Iglesia de San Silvestre in capite, Roma |
"Me di vuelta, miré de nuevo hacia la Iglesia de Inglaterra y en mi interior se produjo una extraordinaria transformación. No es que ya me fuera imposible amarla. La amo incluso ahora, como uno puede amar al amigo que le defrauda. Era dueña de un centenar de virtudes, de unas expresiones delicadas, de un pensamiento romántico; desprendía a su alrededor un aroma delicioso; era infinitamente agradable y conmovedora; tenía la ventaja de vivir en la penumbra de su propia indefinición, dentro de unas casas espléndidas que no había edificado; su estilo era gracioso y sus expresiones refinadas; su música y su lenguaje siguen pareciéndome extraordinariamente hermosos. Y, por encima de todo, es la madre nutricia de muchos de mis mejores amigos y durante treinta años también me educó y me cuidó con indulgente cariño. Yo no era un ingrato, pero me resultaba completamente imposible volver a aceptarla como a la divina amante de mi alma.
Es cierto que me alimentó con sus mejores viandas y que Nuestro Señor, por su parte, había acompañado aquellos dones con otros aún mejores; por supuesto, ella me había dirigido hacia Él antes que hacia sí misma. Sin embargo, todo eso no la hacía mi reina, ni siquiera mi madre; y, de hecho, me había fallado en otros aspectos, no por su culpa, sino por su desgraciado nacimiento y por su naturaleza.
Cuando le hice ciertas preguntas sobre la vida que vivía bajo su tutela, no me dio respuestas. Sólo me dijo que me quedara tranquilo, pero eso no me bastaba; un alma no se satisface eternamente con dulzura, suaves murmullos e himnos; y la libertad que disfrutamos resulta ser una esclavitud más intolerable que las cadenas más pesadas. Yo no quería ir por un camino tras otro, según mis deseos: quería saber cuál era el camino que Dios deseaba que recorriera. No quería ser libre para dar la espalda a la verdad; quería una verdad que me hiciera libre. No ansiaba los espaciosos caminos placenteros, sino el angosto Camino que es Verdad y Vida. Y para todas esas cosas mi antigua Iglesia no me servía de ayuda.
A un lado, pues, se erguía mi antigua amante, fiel y conmovedora, reclamándome como a su servidor por vínculos humanos. Al otro lado, en medio de una llamarada de intensa luz, aparecía la Esposa de Cristo, dominadora, imperiosa, con una mirada en los ojos y una sonrisa en los labios que sólo podían proceder de una visión celestial. Me reclamaba no porque hubiera hecho nada por mí, ni porque fuera un inglés que amaba el campo inglés - o incluso italiano, para el caso -, sino simple y llanamente porque era un hijo de Dios y porque Él le había dicho: "Llévate a ese niño y aliméntalo para Mí y yo te pagaré lo que gastes". Porque en definitiva, ella era Su Esposa y yo era Su hijo.
Si, ante tal disyuntiva, yo hubiera dudado y me hubiera vuelto hacia la que conocía y amaba, en lugar de ir hacia la que sólo veía y temía a distancia, sé, sin sombra de duda, que habría caído bajo la radical condena de mi Señor: "El que no deja a su padre y a su madre y todo lo que posee, no puede ser mi discípulo".
"Durante años pretendí estar diciendo Misa; y que la Iglesia de Inglaterra defendía la doctrina del Sacrificio de la Misa. Sin embargo, en los días de Isabel hubo sacerdotes perseguidos hasta la muerte por el crimen de hacer lo que yo afirmaba hacer. Suponía que nuestras mesas de madera para la Comunión eran altares, pero en la época de los Tudor las antiguas piedras de los altares fueron deliberadamente profanadas y ultrajadas por funcionarios de la Iglesia a la que yo pertenecía oficialmente, y sustituidas por mesas de madera. Cosas que en Mirfield me resultaban tan queridas - ornamentos, crucifijos, rosarios - fueron denunciadas en tiempos de Isabel como "baratijas" y "amuletos". Comencé a inquietarme y poco después dejé de celebrar el oficio de la Comunión".
Robert Hugh Benson, Confesiones de un Converso.
Estimados lectores: este post es a propósito de las declaraciones del P. Francisco al recibir al primado de la iglesia anglicana: yo me pregunto: ¿quién es el que tiene que apreciar las tradiciones? ¿De qué tradiciones me está hablando? ¿De las nacidas de una iglesia bastarda, como dice Benson, con un origen desgraciado?
Todo cuanto dice y afirma este hombre es una verdadera locura para la doctrina y la tradición católica. Acabará por llevarnos a todos al frenopático. Quizá ese sea su taimado fin.
ResponderEliminarHermosísimo texto el de Benson. De una belleza tal y una sentida y profunda humildad que nos acerca a Dios. Leyéndole he sentido su paternal calor.
Gracias Beatriz
No se cuales son las palabras para comentar lo que acabo de leer.Si dijera "simplemente memorable" creo que me acercaria a una buena definicion.
ResponderEliminarGracias Beatrice.
criollo y andaluz
Querido Bate: Si puede conseguir allá en Madrid Las Confesiones de un Converso editado por Rialp, hágalo. Es un libro testimonial precioso. En cuanto al P.P.F, creo que poco a poco va mostrando su verdadero rostro...de repente se le cae la careta y como no puede quedarse callado, mete las patas.
ResponderEliminarUn abrazo,
Beatrice
Querido Marcos: Apenas vi las declaraciones se me vino inmediatamente a la mente este libro de Benson. Y es aún más duro con los anglicanos, pero con un tacto muy delicado.
Un abrazo,
Beatrice
Puede referirse a las mismas tradiciones que Benedicto XVI quiso salvar con Anglicanorum Coetibus
ResponderEliminarEstimado Anónimo: Y he ahí la clave del problema, porque no se les hizo adjurar de sus errores como lo era antes. Podrán tener canticos sentimentales muy lindos en su liturgia, ornamentos que ya los quisiera ver en algunas liturgias católicas, etc, etc, etc, pero a lo esencial no se los ha llamado a renunciar.
ResponderEliminarGracias por su aporte,
Beatrice
Hola Beatrice, jamás supe esta conversión y menos aún con un lenguaje fuerte y benigno, pienso que lo publicaré alguna vez para expresar mi salida de un grupo neomodernista del postconciliábulo católico del Vaticano II a la verdadera Tradición de la Iglesia Católica con su Doctrina Bilenaria. Francisco saca la careta y aún así los perplejos no se dan cuenta. Anómimo de Lima. Veni dominum
ResponderEliminarTomo nota del libro. Una vez más, gracias.
ResponderEliminarEstimada Beatrice:
EliminarEsto es una maravilla. Que hermosura de palabras de Monseñor Benson. Me gustaría repetirle las mismas palabras a aquellos que pretenden edificar una nueva Iglesia sobre ideas y principios liberales.
Muy lindo todo, gracias Beatrice por darse el trabajo de apostolado de traducir a este hombre pleno del amor de Dios.
ResponderEliminarFraile: Gracias por sus palabras, este texto no es de mis traducciones, pero en eso estamos con otros. Voy lento, demasiado lento y eso me exaspera.
Anónimo de Lima: Amigo, no hay necesidad de estar en ningún movimiento neocon, ni fraternidad, ni instituto para ser católico. Lo soy a secas y aunque de mi agrado no es el papa Francisco ( p de papa no de otra cosa) y surge a veces la tentación sedevacante, no me dejaré llevar por ella simplemente porque no tengo la autoridad para hacerlo. Lo que se nos pide es que resistamos, pero desde dentro, sabiendo que llegará el día en que Nuestro Señor venga y restaure la Iglesia.
Un abrazo,
Beatrice