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martes, 20 de agosto de 2019

Mateo, ejercitar la caridad para con los pecadores no es tarea fácil.


Ejercer la caridad-MarchandoReligion.es
Hace casi un mes que no tenía la ocasión de juntarme a ensayar con el conjunto que tengo con mi esposa Ángeles; Manuel, el marido de mi hermana; Carlos, un amigo de la infancia, y Lucas, un colega de Ángeles del conservatorio. Extrañaba tocar con ellos en nuestro cuarteto de cuerdas, así que me sentí feliz de comenzar a preparar un nuevo repertorio que se centraría en música barroca para luego dar un brusco salto hasta el presente, ya que interpretaríamos alguna pieza de un compositor contemporáneo que descubrí hace un par de años y que tiene la música perfecta para mí. Y aunque este compositor escribe música es en su mayoría coral, mi querida y talentosa esposa hace los arreglos para que quede para cuarteto.

Estaba en la sala de estar, donde tengo el piano de estudio, dejando las partituras en cada atril cuando llegó Manuel, nuestro pianista, junto con Ángeles, nuestra violista. Ella y Lucas son los únicos profesionales del ensamble, el resto de nosotros somos solo amateurs…aunque a falta de cosas por hacer y ya que me sobra tanto el tiempo (se entiende la ironía supongo) estoy estudiando mi superior de violín.

—Vaya Mateo, hasta que por fin te haces un espacio en tu “copadísima” agenda para nosotros. – dijo Manuel mientras se acomodaba en el taburete del piano.

—Sabes que si hay algo en esta vida que ame hacer es tocar con ustedes. Para mí es prioridad, pero ya sabes, viejo, no siempre se puede planear la “copadísima” agenda como uno quisiera.

—Para variar Carlos y Lucas están retrasados. Supongo que les avisaste ¿verdad? – preguntó Manu.

Carlos es nuestro cellista y Lucas es el primer violín. Yo les había llamado con antelación, pero Lucas se encontraba fuera del país y obviamente, no podría venir. Como andan escasos los violinistas en esta época, le pedí a un viejo conocido que nos acompañara. Sabía que no era del agrado de Manuel y cuando le dije él que vendría en lugar de Lucas, se puso serio y molesto. Así que mientras esperábamos a que el cellista y violinista llegaran nos fuimos al jardín para que Manuel pudiera fumar su cigarrito pre-ensayo tal como es ya tradicional en él.

El sol ya se preparaba para su despedida vespertina y los rayos iban bajando por entre las ramas de los pinos que están detrás de mi casa. Era una tarde de viernes donde a pesar del sol, éste no calentaba y la fría humedad de mi ciudad calaba hasta los huesos. Mal lugar para conversar – pensé – pero más fría era la actitud de Manuel que conservaba su gélido silencio y yo sospechaba que era la antesala que siempre venía antes de largar para fuera la molestia que llevaba dentro. Como no me decía nada, y yo estaba esperando a que lo hiciera, saqué de mi bolsillo el móvil para contestar unos mensajes. Sabía que, si hacía eso, él iba a comenzar a hablarme…y así fue.

—Podríamos haber ensayado solo los tres hoy. No había necesidad de llamarlo. Esa obsesión tuya de invitarlo cada vez que puedes sabiendo que a mí me importuna su presencia. Pensar en el modo de vida que lleva me repugna…la verdad es que no me siento cómodo. ¿por qué lo invitaste? ¿acaso no te molesta su cosmovisión, su estilo de vida, lo que hace con ella? Es un escándalo para tus propios hijos tener a este loco metido en tu casa, ¿qué más quieres que te diga? Me extraña tu actitud, es de poca prudencia, muy poca prudencia. Ese “buenismo” tuyo no le comprendo.

—Te creería si nos estuviésemos juntando para avalar su estilo de vida, para que venga acá a traernos a la causa de sus pecados. No viene a mi casa a quedarse a dormir con su “parejita” ni a hacer fiestecitas y nada de eso. Aquí nos estamos reuniendo únicamente para tocar…al que le extraña todo esto es a mí. Él no viene aquí hablarnos y a hacernos partícipes de sus graves pecados, solo viene a tocar violín. Parece que se te olvidó que eres un converso y que anduviste en los bajos mundos. Jamás se me pasó por la mente dejar de ser tu amigo por eso, y, sin embargo, fuiste tú mismo el que me echó y el que no quiso saber más de mi por un buen tiempo.

—Sí está bien, soy un converso, pero nunca caí tan bajo como él. Además, se nos ha dicho en varias partes que no es conveniente juntarse con esta clase de pecadores públicos porque estamos avalando sus faltas y porque además, esta persona con su vida es enemigo de Dios y el enemigo de Dios es mi enemigo también. Yo no llevo a mi casa a quien ofende a mi Padre ni comparto con él. Su pecado, su rechazo a Dios no le hace ganar mi simpatía ni mis afectos precisamente. No puedo dejar de pensar cuando estamos juntos en todas sus conductas y eso en verdad te digo, me deja alterado.

—¿Me permites que te dé mis razones para no rechazarle a pesar de que sé lo mismo que tú?

—Por supuesto, me intriga saberlo.

—No es una cosa fácil ejercer la caridad, especialmente cuando las personas no nos son simpáticas, o piensan diametralmente a nosotros o son… bueno, un largo etc. Pero nuestro Señor nos pide amar incluso a nuestros enemigos. Nos pide ir más allá de cualquier amor natural, nos pide que amemos como Él nos ama, y eso traspasa el amor meramente humano. Fíjate que los que no creen en Dios y no tienen la Fe aman también a sus seres queridos, a sus amigos, en fin, pero así también como aman son capaces de odiar, de no tener ni una gota de compasión por el que no es de su agrado. Lo vemos a diario en las noticias. Esta gente expele odio y son capaces de tomar venganza, de hacer daño, el ojo por ojo y diente por diente es su filosofía de vida. Pero nosotros no hacemos eso, ¿por qué? Porque Cristo nos ha pedido amar a los que nos odian con el mismo amor que Él nos ama. Como dice nuestro Señor, “Si solo amáis a los que os aman, ¿en qué os diferenciáis de los paganos?” ¿Y en qué se traduce este amor? ¿Tengo que aceptar sus conductas, modos de vida, etc.? Y aquí vienen las benditas distinciones que tantas veces se nos olvidan y metemos todo en un mismo saco.

En efecto, y tal como tú lo dijiste, al que odia a Dios yo también le tengo por mi enemigo, y en este sentido, me duele su desprecio al Creador, su soberbia y su orgullo al no aceptar ni a Dios ni a su doctrina. Se pone él mismo en la condición de rechazar aquello para lo cual Dios mismo lo ha creado que es salvar su alma para contemplarle eternamente, cara a cara y gozar de la felicidad eterna. Y eso, por supuesto, da rabia ¿no? Yo no invito a mi casa a este personaje porque esté avalando lo que hace, ni porque me guste lo que hace. A mí también me causa rechazo, pero sin embargo lo hago porque Dios me pide que le ame.

—¡Uy! – dijo Manuel – vueltas sobre lo mismo, ¿podrías ser un poco más concreto y dar tus argumentos para que de una buena vez me digas porqué te gusta tanto meter en tu casa a este fulano? – Estaba impaciente, y tenía razón. Pero mi problema es que tenía mucho que explicarle y mis argumentos se me agolpaban creando una maraña que me costaba ordenar.

—Ten paciencia que intento ordenar mi mente y recordar lo que he leído en Santo Tomás al respecto. Santo Tomás lo explica muy santa y bellamente, y todo lo que te voy a decir no es sino lo que él y sus buenos comentaristas han dicho a propósito de la Caridad. No me he inventado nada y ojalá pueda citarlos tal cual ellos lo enseñan. Te repito que es necesario siempre hacer las debidas distinciones y no caer en confusiones. Al prójimo se le ama en razón de ser hombre, en razón de ser imagen y semejanza de Dios y que puede, por el arrepentimiento de sus pecados, llegar al Cielo. Es justo al revés del ejemplo que me diste. Es por el amor sobrenatural que tengo por Dios, que es mi amigo y mi padre, que amo a los que son sus hijos, a los que están bajo su servicio, y bajo su amparo, tal como lo dice Santo Tomás. Manu, yo no solo quiero tu bien, sino que también el bien de los que son los tuyos. ¿Podría quererte a ti y no a tus hijos? Porque eres mi amigo y te aprecio es que a todos lo que amas yo también los amo. Los hijos de Dios renacidos por el bautismo y aquellos que llegarán a serlo son amados por mí porque son precisamente, o serán, hijos de Dios. Digo “serán” porque siempre está la posibilidad de la conversión.

Ahí está Dios esperando a que se convierta y le ame. Para que se convierta y vuelva a Dios ha de conocerlo, y una manera de que le conozca es a través nuestro, quienes amamos a Dios y tratamos de agradarle. Es en vista de eso que le invito, para que conozca por medio de nuestras conversaciones, de nuestra acogida, el amor de Dios. Somos nosotros los que estamos llamados a predicar no solo con las palabras, sino que principalmente con el ejemplo. Cuando viene para acá nos observa, escucha lo que conversamos, comparte en ese momento nuestra sana alegría, y así se le va mostrando un ambiente católico y de este modo, conociéndolo, llegue a amar lo que nosotros amamos. Si yo le cierro la puerta en las narices, ¿como va a poder – como dice Santo Tomás – “querer lo que queremos y gozar lo que nosotros gozamos”? Es obvio que no se trata de convivir con los pecadores, ni de participar de sus pecados, no, nada de eso, y menos si tengo un alma débil que puede dejarse arrastrar por el mal ejemplo. Pero este no es el caso.

Quiero salvarle porque le amo, ya que en él veo a Dios que le ha creado para la vida eterna y porque le amo porque es que quiero salvarle. Tan solo pensar en los castigos eternos hace que, aunque no soy especialmente cercano a esta persona, tiemble al pensar en su condenación. Verse privado de la contemplación de Dios y más encima sufrir castigos eternos…entonces trato de mostrarle el amor de Dios a través de lo poco y nada bueno que puedo ofrecer. No me gustaría que al llegar al tribunal de Dios se me sacara en cuenta que no recé lo suficiente por esa alma y que me guardé la fe para mí y los que más amo. ¿Me entiendes ahora? Invitarlo, cuando no está Lucas, a tocar con nosotros es una labor de apostolado para mí.

—¿Pero tú le has dicho que su modo de vida es contrario al amor de Dios? Porque si tanto te interesa la salvación de su alma tienes que decirle que está en riesgo. Decir la verdad es un acto de caridad…

—Nosotros somos instrumentos de la Providencia para levantarnos y encausarnos mutuamente para retomar el camino hacia la salvación eterna. Sabes que él no es creyente y que a veces las conversiones son un proceso que se hace con paciencia, con tacto y tino para no escandalizar por un celo áspero que consigue exactamente lo contrario y que aleja a las almas de la religión.

—Entonces no le has dicho nada aún, nada de corrección fraterna por el momento – me dijo con sarcasmo Manuel.

—No, aún no. No se me ha dado la ocasión de hablar de este asunto. Yo sé que el conoce nuestra opinión sobre muchos de los candentes temas actuales y sabe que somos católicos tradicionales, pero falta ir un poco más lejos y planteárselo directamente, es verdad. Voy de a poco sacándole los prejuicios y mostrándole que en él veo a otro Cristo cuya alma es pobre y que necesita del amor de Dios, necesita de conversión para llegar a ser ciudadano del Cielo. Con cada pequeño gesto, con cosas nimias, se logran dar grandes pasos.

—En resumidas cuentas, entonces de trata de odiar y amar al mismo tiempo.

—Exacto, tal cual, odio su pecado, amo al pecador, San Agustín dicit. O como dice también Santo Tomás: “detestar el mal de uno y amar su bien son la misma cosa”. Flaco favor le haces al que está alejado de la fe tratándolo como a un leproso.

—Vaya indirecta, yo solo dije que me incomoda su presencia y que bueno, no entendía tu idea de traerlo cada vez que se puede.

—Son estas almas las que más necesitan de que se les muestre el Bien, ¿no te angustia pensar en que se pueden condenar? ¡Ay hombre si es tremendo! Intento que algo le haga darse cuenta de que está errado y que cambie de vida, y si lo invito a casa es para que no solo toque con nosotros, sino también para que conozca un hogar católico donde se le acoge como a un amigo, donde todo gira en torno a hacer reinar a Cristo en la familia. ¿Cómo vamos a pretender que el prójimo vea el amable rostro de Cristo si no se lo mostramos, si vivimos encerrados en una mónada por temor a ser “contaminados”, por temor a escandalizarnos por los pecados ajenos como si nosotros no fuésemos también unos miserables pecadores, teniéndolos ya prácticamente por condenados? “Nosotros somos los buenos, ustedes son los malos” Buscamos al pecador para que se convierta, deje atrás el hombre viejo y vuelva su cara a Dios, y lo hacemos desde el lugar donde Dios nos colocó, según nuestras capacidades y medios.

—Lo que propones es casi heroico y yo, que apenas tolero a quienes se supone son hermanos en la fe, imagínate los demás. No tengo tal grado de santidad, no tengo mucho amor por los que no me simpatizan para ser bien honesto. Creo que tampoco estoy obligado a que todo el mundo me caiga bien y a no tener diferencias con las otras personas y a ser “tan acogedor” con todo el mundo.

—Estamos llenos de defectos, de mañas, tenemos diferencias de temperamento, de carácter, en fin. Tampoco yo soy amigo de todo el mundo, creo que más bien causo anticuerpos que cariño, pero hay cosas que, por caridad, uno puede y debe pasarlas por alto, me refiero a aprender a sobrellevar los defectos de los demás, así como los demás nos soportan a nosotros también. Te confieso que tengo la mala costumbre de hacer un mar de cosas simples y dar más importancia a hechos o palabras que podrían haber sido hechas o dichas por alguien en un momento de debilidad o porque simplemente no se dieron cuenta que con eso me molestaban. Me ha costado una vida entera aprender a sobrellevar estas necedades…no es fácil amar como Cristo nos ama, es un ejercicio diario de humildad y de pequeñas renuncias en pos de la caridad y de la paz. Y al igual que tú, a mí me pasa lo mismo con respecto a las personas que no siendo hermanos en la fe son más amables muchas veces que nuestros mismos conocidos parroquianos. La otra vez Ángeles, a propósito de lo mismo, me decía: “me cuesta menos relacionarme con los novus que con los tradis”. Siendo que compartimos la misma fe, el mismo rito, los mismos rezos, y, sin embargo, nos encontramos con amigos que nos prejuzgan, nos condenan a priori, andan viendo pecado donde no lo hay o que se exceden en el celo con el que defienden nuestro gran tesoro que es la Tradición. Entonces yo le dije que, aunque a mí me pasaba lo mismo, trataba de ver lo bueno de cada uno, que pensaba que no siempre somos parejos y hay días en los que estamos más alterados y que no hay que darle mayor importancia algunas cosas; que evitaba entrar en peleas y que intentaba con toda mi voluntad, soportarlos. Para mi cada día plantea este desafío y te vuelvo a repetir, no es fácil, pero para eso tenemos la oración y la Gracia que de Dios que nos da en los sacramentos y que confortan y dan fortaleza. Si entendiéramos el amor de Cristo seríamos como esos santos que llegan a dar la vida por los enemigos, que devuelven bien por mal. Yo al menos estoy muy lejos y me queda mucho camino todavía. – Justo en ese momento llegaron nuestros compañeros de la orquesta y tuvimos que entrar a la casa. Manuel estaba en silencio, seguro que pensando en lo que le había dicho. Llegamos a la puerta, y él se detuvo.

—Te agradezco me hayas dado tus razones para invitarlo a tocar con nosotros. Trataré o intentaré ser más amable con él, aunque sé Mateo que ejercitar la caridad para con los pecadores, como bien dices, no es sencillo. Espero no más que no te equivoques y peques de ingenuo al pensar que puedes hacer algo en vista a la salvación de su alma. Él parece no tener una actitud de animadversión hacia la religión, pero tampoco veo que el tema le interese mucho. Es un hueso duro de roer si me permites la analogía.

—Se lo dejo a Dios. Nos falta rezar mucho por nuestros conocidos que están alejados de Dios. Gente talentosa, humanamente amable, honesta y empeñosa, pero que de nada les sirve si no lo ponen al servicio de Dios y de su propia salvación. No pasa día en que no rece por su conversión y por la salvación de su alma. Si no puedo convencerlos ni con la palabra ni con el ejemplo, espero que Dios en su gran misericordia escuche mis rezos y conmueva a estos corazones endurecidos. Como decía el otro domingo en la oración de colecta: “y para que les concedas lo que desean, haz que pidan lo que te es grato conceder” ¿Cómo no va a ser agradable a Dios que nosotros pidamos por la salvación de nuestros amigos y conocidos? ¿Se va a negar a estos bienes espirituales? Y si se lo pedimos por intermedio de nuestra Madre del Cielo ¡con mayor razón! Pido entonces con toda confianza a Dios y le digo: “Señor del cual todo bien procede y has querido dotar a mis colegas de grandes talentos; Tú, Señor que todo lo puedes, has que en sus corazones reine tu amor y salva a mis amigos músicos para que muertos al pecado puedan glorificarte eternamente. Así sea”.

Nota de Beatrice: para el presente relato he considerado principalmente dos textos. Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, II-II q. 25 a.6; II-II q.23 a.1; R. GARRIGOU-LAGRANGE, O. P., Las tres edades de la vida interior.

La presente historia se ha escrito originalmente para Marchando Religión