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sábado, 20 de febrero de 2016

Prefacio de Mgr. R.H.Benson al libro sobre el Cardenal Reginald Pole




The Angelical Cardinal, Reginald Pole, por Catherine Mary Antony, con un prefacio de Fr. R.H. Benson.

Es casi imposible imaginar un carácter menos adecuado para la estimación popular en las necesidades de su tiempo que el que poseía Reginald Pole en el periodo del cisma inglés. Fueron días de furia, de brutalidad y, literalmente, de maquiavélica diplomacia, y el temperamento del Cardenal, que tuvo una  gran participación en aquellos días, fue de gentileza, amabilidad y de una sencilla transparencia. Fue una época en la que los scholars sufrieron por su conocimiento de la verdad; los cristianos por su fidelidad; y los ciudadanos del Reino de Dios (porque esta lealtad incluye, pero a su vez trasciende)  por el patriotismo. Desde un punto meramente temporal fue casi una ventaja ser ignorante, inconsciente y egoísta.

No es de sorprender que el Cardenal, un amante de la paz y del estudio, con una conciencia delicada y apasionadamente celoso por las almas, y reconocido por el mundo como exitoso, hubiera fallado en casi todas las tareas sobre las que tomó parte. Falló en su primera misión en Inglaterra, y en su segunda misión con los soberanos del continente; y su éxito en la reconciliación de su país con la Santa Sede fue, tal como él mismo lo previó, nada más que temporal. Finalmente, incluso él falló en mantener, frente los hombres, la única reputación que le importaba, esto es, su reputación como un perfecto cristiano católico y murió bajo la sospecha de herejía.

Sin embargo, la historia gradualmente prueba los caminos de Dios a los hombres.   Todo aumento de nuestro conocimiento del pasado conduce sostenidamente, aunque desapasionadamente, a elevar el fracaso de Pole a una victoria la cual es en realidad la única que vale la pena ganar. Mientras los reyes traicionaban su confianza,  (e incluso los papas la mantienen condicionalmente) mientras Enrique VIII pierde su alma y Pablo IV su cabeza, Reginald Pole al final retuvo su inocencia cristiana y  todo lo que tenía por ganado, lo perdería si pudiera con ello ganar a Cristo.

Él rezó, se aventuró, fue por aquí y para allá con  una sencilla intención y un amargo auto sacrificio. Su madre murió trágicamente por la causa por la que él trabajó, y tuvo que soportar el reproche de que lo hubiera hecho mejor si él  hubiese muerto de manera similar.  A pesar de que los asuntos en los cuales él estaba ocupado llegaron a un infeliz resultado, la culpa no estuvo ni en su gestión, ni en sus capacidades o  ni en su buena voluntad. El fracaso de una tarea imposible ha sido ocasión, como ha ocurrido varias veces en la historia, de un sorprendente éxito personal.

Con respecto a la sospecha de herejía en la cual él cayó,  se hace innecesario decir alguna palabra para refutarla. Porque su naturaleza era la contraparte exacta de lo cual están hechos los autoelegidos. A Belén llegaron a la cuna de Dios dos clases de personas, los listos y los simples, los reyes y los pastores, y fue el burgués el que se mantuvo en casa. El sentido se puede encontrar en todas las épocas de disturbios religiosos, y el Cardenal Pole, por sobre todos los otros, fue quien combinó en sí las características de rey y  pastor. Su enseñanza fue profunda y su simplicidad también. Por tanto, él, junto con Moro y Fisher y uso cientos más, mantuvieron la fe; mientras que Enrique, Cranmer y Cromwell la perdieron.

En cuanto a su actitud hacia las penas infringidas en nombre de la religión durante el reinado en Inglaterra, es necesario decir un par de cosas, aunque tal como un brillante escritor lo ha remarcado recientemente, es una labor inútil discutir el asunto con la esperanza de llegar a un proceso justo en actual era del sentimentalismo y del humanitarismo extravagante, pues las personas temen más a la muerte que al pecado y reniegan del dolor como el mayor de los males.

                              

Primero, sin embargo,  debe recordarse que el Protestantismo de la época era de un carácter totalmente diferente, tanto moral como dogmáticamente, al que desde entonces se ha desarrollado. Ahora se destaca, por el lado moral, un inofensivo individualismo, frecuentemente acompañado de una real piedad personal, e igualmente concediendo y demandando tolerancia e individualismo, los cuales por el mismo hecho de su negación de una autoridad viviente en materia de fe, tampoco puede imaginar una virtud superior que la tolerancia, la cual al fin y al cabo es, en materias de estado, esencialmente indiferentista. Pero en la época de los Tudor es vez de eso encontramos la anarquía e incluso la coerción, y los nacionalistas de Enrique e Isabel, más que por su estricto protestantismo, son reconocidos por esto no menos que María. Negando la autoridad religiosa se negó aquello que estaba detrás de todos los gobiernos europeos de la época y su significado subraya sin lugar a dudas el hecho  de que todos los movimientos sediciosos contra María fueron inaugurados y forjados en su nombre. Al negar, entonces, la autoridad en materia de fe creció la presunción de anarquía para merecer las penalidades impuestas por el estado en defensa propia, sobre todos aquellos que amenazaban su derecho a recibir obediencia. Porque fue la Cámara de los Comunes de Inglaterra y no primariamente a los eclesiásticos o a la misma reina quienes demandaron estos castigos.

La actitud de Pole entonces fue de conformidad a los métodos de su época, tal como fue la aquiescencia a que un capellán de corazón compasivo estuviera detrás del juez cuando la sentencia a muerte fuera dicha. Si él no levantó su voz contra el principio del castigo, por lo menos no lo invocó en el otro lado. Es ridículo compararlo aunque sea por un instante con un hombre como Enrique que ahorcó a los cartujos por afirmar la supremacía del Papa e hizo quemar a Frith por impugnar el sacramento del altar. Mientras que Bonner y Gardiner son acusados de rigidez e incluso de truculencia, tal acusación no puede ser hecha contra Pole. De hecho, su clemencia en algunas ocasiones hacia ciertos seguidores de Lutero fue la que colocó su ortodoxia bajo sospecha. Sin embargo, esto es lo más destacable cuando nosotros reflexionamos sobre la manera en la que él ha sufrido bajo circunstancias paralelas.

 Esperamos entonces que este volumen no solamente traiga a la memoria el nombre de Reginald Pole, sino que también destaque la verdad, tal como se ilustra en su vida y en sus aventuras, desde toda la intrincada maraña de falsedad deliberada o involuntaria, con la que se ha confundido la mente de los lectores ingleses.

Robert Hugh Benson,
San Silvestro, Roma
Marzo de 1909



lunes, 15 de febrero de 2016

Invitación a Santa Misa Tradicional en Viña del Mar

Hemos recibido la siguiente invitación que hago partícipe a todos quienes andan por Viña del Mar y por supuesto, a los viñamarinos como su servidora:


   Capilla del Espíritu Santo, Viña del Mar


Al mismo tiempo les recuerdo que la Santa Misa Tradicional se reza todos los domingos y días de precepto en Valparaíso en la Parroquia de Nuestra Señora de Puerto Claro en el Cerro Toro, a las 13 hrs. Sé que la hora no es buena y que es complicado llegar, pero no es posible que a la misa que el padre Jaime Herrera reza cada domingo no llegue nadie más que mi familia. Mientras en otras diócesis no hay misa tradicional, ni tampoco la posibilidad de que la vaya a haber algún día, nosotros en Valparaíso seamos los únicos que asistimos. El día que mi familia no va, el padre queda solo, con la iglesia vacía. Es un lujo y una gracia que desperdiciaba. Reconozco que estuve unos meses sin ir a misa a Puerto Claro, pero cuando volví, por razones que no voy a detallar, me encontré con el cura completamente solo, sin acólitos y hasta sin feligreses para la misa tradicional.  Ahí estamos ahora asistiendo, y ayudando al cura en lo que se pueda.

 A algunos les gustaría tener la misa a la vuelta de la esquina, lo más cerca posible, a la hora más conveniente, pero si no estamos dispuestos a hacer este sacrificio por amor a Dios entonces después no nos quejemos. Quiero la misa tradicional, ¡ah claro!, pero que me quede al lado de la casa, a unas pocas cuadras...por favor. ¿Qué defendemos? Por lo menos hacer el esfuerzo, para los que les complica llegar, de al menos venir un par de domingos al mes.

Recuerdo cuando el padre Jaime rezaba la misa en el Sanatorio Marítimo, en pleno corazón turístico de Viña del Mar  la capilla se llenaba. Cuando tuvo que rezarla en su parroquia en el Cerro Toro, porque el Sanatorio se cambió de casa y demolieron la capilla,  desaparecieron todos. ¿Cómo se explica esto? Acaso, ¿da lo mismo ir a la misa nueva que a la tradicional? A mí, como ya lo saben, no me da lo mismo.  Se le pidió a este padre para que la rezara y luego lo abandonaron cuando se alejó del barrio bonito y cercano. Disculpen mi enojo, pero me duele la situación y me da mucha pena y rabia que nadie asista a Puerto Claro a la misa tradicional. Pero bueno,  por otro lado me siento privilegiada al poder asistir cada domingo ahí porque el sacerdote, a pesar de ser solamente nosotros, reza la misa y nos predica como si la iglesia estuviera llena, Deo Gratias.

P.S: Tengo entendido que la misa que se reza el sábado en la capilla del Espíritu Santo, se rezará todos los 3ros sábados de cada mes.






lunes, 8 de febrero de 2016

Consolatrix Afflictorum, por Mgr. Robert Hugh Benson


                                 Consolatrix Afflictorum

                                                          Si para ti fuera una carga…
ella misma, por tu amor, me levantará cuando corra riesgo de caer y
me consolará cuando esté afligido.

San Leandro de Sevilla

La carta que sigue se explica por sí misma. La original me la leyó mi amigo en uno de aquellos días de mi estadía con él. Me la facilitó, a petición mía, para hacer una copia. El sermón al que se hace referencia en el primer párrafo de la carta, fue predicado el día de Navidad en un húmedo lugar extranjero.

Villa ___________
Reverenciado y Querido Señor_________
Diciembre 29, 18..

Escuché con gran atención su sermón del día de Navidad. Yo ya soy un hombre mayor y estoy inválido, por tanto entenderá usted que tengo pocos amigos. Creo que no hay nadie que piense que no estoy loco si les cuento la historia que me propongo contarle. Durante muchos años he guardado en silencio este asunto ya que suele ser recibido con incredulidad. Sin embargo, me imagino que para usted será creíble, pues cuando yo lo vi y lo escuché el día de Navidad, pensé y vi a alguien a quien lo sobrenatural es algo más que un cuento de hadas bello y simbólico, y que abraza la idea de que es posible que lo invisible por puede, algunas veces, manifestarse por sí mismo. Tal como nos lo recordó, la Religión de la Encarnación descansa en el hecho que lo Infinito y lo Eterno  por sí se manifiestan en términos de espacio y tiempo, y en esto consiste la grandeza del amor de Dios. Pues, tal como usted dijo, la Creación, la Encarnación y de igual forma el Sistema Sacramental en diversos grados, son manifestaciones de Dios bajo esas condiciones, y sin duda no puede ser “materialístico” (sea lo que sea lo que esta expresión signifique) creer que el mundo “espiritual” y los personajes que lo habitan, se expresen ellos mismos de la misma manera que su Hacedor.

De cualquier manera, ¿tendría usted  paciencia conmigo para que le relate esta historia? No puedo creer que tal gracia deba ser mantenida en la oscuridad.

Cuando tenía cerca de siete años mi madre falleció, y mi padre me dejó casi exclusivamente al cuidado de los sirvientes. Como sea que fuere, yo debo de haber sido un niño difícil o mi niñera debió ser una mujer dura, pues nunca le di a ella mi confianza. Yo vivía aferrado a mi madre como el santo se aferra a Dios, y cuando la perdí, prácticamente el corazón se me partió. Noche tras noche me quedaba despierto con la luz del fuego en el cuarto, recordando cómo se veía ella cuando iba a acostarse. Cuando finalmente yo me quedaba dormido me parece  ahora como si nunca hubiera hecho nada excepto soñar con ella, y el despertar era sólo un encuentro con el vacío desolado. Me torturaba a mí mismo cerrando mis ojos e imaginando que ella estaba ahí, y entonces los abría y veía el cuarto vacío. Yo me daba vuelta, me sacudía y sollozaba sin emitir ruido, y supongo que estaba cerca del límite que divide la sanidad de la locura.

Durante el día me sentaba en las escala cuando quería mantenerme alejado de la niñera y pretendía escuchar los pasos de mi madre moviéndose detrás de mí, y que su puerta estuviera abierta y yo escuchara su vestido en la alfombra. Abría mis ojos de nuevo y la misma crueldad me obligaba a comprender que ella se había ido. Entonces una vez más me decía a mí mismo que todo estaba tan bien y que ella estaba lejos por el día, pero que volvería en la noche. En las tardes yo estaba feliz, pues la hora de su regreso estaba cerca. Incluso cuando yo decía mis oraciones pasaba por alto el momento en el que me había engañado a mí mismo creyendo que cuando la puerta estuviera abierta, después que me hubiera acostado, mi madre me miraría dentro de mi habitación.

Entonces según pasaban las horas, mi falsa fe se iba quebrando y lloraba hasta quedarme dormido, soñando con ella y despertándome de nuevo llorando. Miro hacia atrás y me parece como si todo esto se hubiera prolongado por meses, pero en realidad supongo que no debieron de haber sido más que unas pocas semanas o de lo contrario habría perdido el juicio. Después de todo, yo estaba colgando al borde del precipicio retrocediendo amorosamente por la seguridad y la paz.

Por aquella época solía dormir solo en la guardería, y mi niñera ocupaba una habitación afuera de ésta. La guardería de noche tenía dos puertas: una a los pies de mi cama y la otra más lejos al fondo del dormitorio, en la esquina en la diagonal opuesta a la que estaba a los pies de la cama. La primera se abría hacia el descanso de la escala y la segunda hacia el dormitorio de la niñera, y ésta permanecía abierta unas pocas pulgadas. En mi dormitorio no había luz, sino que la lámpara de noche permanecía encendida en la pieza de la niñera, y gracias a la luz de la chimenea mi habitación no estaba en una oscuridad total.

                                 

Una noche estaba acostado despierto – supongo que eran alrededor de las once - después de haber atravesado por una hora de fatal miseria, mitad caminando, mitad medio dormido. Había estado llorando en silencio por temor a que mi niñera me escuchara a través de la puerta semiabierta, enterrando mi cara encendida en la almohada. Me estaba sintiendo realmente extenuado, escuchando los latidos de mi propio corazón y engañándome a mí mismo con la fe de creer oír los pasos de mi madre acercándose a mi dormitorio.  Al levantar mi rostro, me encontraba mirando la puerta a los pies de mi cama, cuando ésta se abrió súbitamente sin ningún ruido, y ahí, tal como lo pensé, estaba mi madre con la luz de una lámpara de aceite a un lado brillando sobre ella. Me pareció que estaba vestida como la había visto en una oportunidad en Londres, cuando entró a mi dormitorio para darme las buenas noches antes de irse a una recepción. Su cabeza relucía unas joyas que resplandecían con la luz rosada del fuego que se dejaba caer en el dormitorio. Una manta oscura le envolvía el cuello y su espalda. Con una mano tomó el borde de la puerta y una gran gema brilló en uno de sus dedos. Ella parecía estar mirándome. Por un instante yo me senté en la cama, sorprendido, pero no asustado. ¿Acaso no era lo que yo tantas veces había imaginado?. Y la llamé: ¡Madre! ¡Madre!

Después de estas palabras ella se volteó y miró hacia el descanso de la escala, dando un ligero movimiento con su cabeza, como si alguien estuviera ahí esperándola o despidiéndole, y luego se volvió hacia mí de nuevo. La puerta se cerró tras ella silenciosamente, y pude ver en la luz del fuego y en la tenue luz que venía de la otra puerta que ella extendía sus brazos hacia mí. Aparté mi ropa de cama y la revolví toda hacia los pies. Ella me levantó con delicadeza en sus brazos, pero no dijo ninguna palabra y yo tampoco. Levantó su manto un poco y me envolvió  con él y yo estaba en la dicha. Mi cabeza sobre su hombro y mis brazos alrededor de su cuello. Caminó con suavidad y sin hacer ruido hacia la mecedora que estaba junto al fuego y se sentándose ahí comenzó a balancearse.

Sé que esto puede ser difícil de creer, pero le aseguro que no dije nada y que no desee decir nada en ese instante. Suficiente era que ella estuviera ahí. Supongo que después de un rato me quedé dormido, porque me encontré a mí mismo sumido en un llanto agónico y temblando nuevamente, pero aquellos brazos me abrazaron con firmeza y puede de nuevo encontrar la paz, aunque ella no dijo una sola palabra ni levantó su rostro.

Cuando me desperté ella ya se había ido. Era ya de mañana y yo estaba en la cama. La niñera estaba corriendo las cortinas y el sol invernal se fijó en la pared. Fue el día más feliz que tuve desde que mi madre murió porque sabía que volvería de nuevo. Al acostarme esa tarde estuve despierto esperando tan pleno de felicidad y de certeza que me quedé dormido. Cuando me desperté el fuego se había apagado y no había luz, excepto un estrecho rayo que llegaba a través de la puerta del dormitorio de mi niñera. Me quedé ahí por un par de minutos esperando expectante por ver la puerta abrirse a los pies de mi cama. Sin embargo, los minutos pasaban y el reloj del hall abajo dio las tres. Caí entonces en un mar de lágrimas. La noche pronto pasaría y ella no había venido. Me balanceé de lado a lado tratando de sofocar mi llanto y a través de mis lágrimas vi  llegar el destello de una luz brumosa por la puerta abierta y ahí estaba ella de nuevo. Volví a estar una vez más en sus brazos, con mi rostro sobre su hombro, y nuevamente me quedé dormido.

Esto ocurrió noche tras noche, aunque no siempre, sino a menos que yo me despertara y llorara. Al parecer ocurría cuando yo necesitaba desesperadamente  que ella viniera y entonces venía.

Ahora bien, pasaron dos curiosos incidentes que ocurrieron en el mismo orden en que los escribiré a continuación. Al presente comprendo el segundo; el primero en su totalidad no lo he comprendido, o mejor dicho, tiene varias posibles explicaciones.

Una noche, mientras estaba en sus brazos junto al fuego, se deslizó en la parrilla un gran carbón que cayó con un gran estruendo despertando a la niñera en la otra habitación. Creo que ella pensó que algo malo había ocurrido porque apareció en la puerta con un chal sobre sus hombros, sosteniendo una lámpara de noche con una mano y protegiéndose la vista con la otra. Yo iba a hablar cuando mi madre puso su mano sobre mi boca. La niñera avanzó en la habitación y pasó al lado nuestro, aparentemente sin vernos, yendo directo a la cama, mirando bajo las mantas, y entonces se volteó conforme y volvió a su dormitorio. Al día siguiente yo me las arreglé para sacarle información preguntándole si había ocurrido algo que la perturbara ya que había venido a mi dormitorio, pero me respondió que me había visto durmiendo tranquilamente en mi cama.

En segundo incidente ocurrió así: una noche yo estaba recostado, medio doblado, contra el pecho de mi madre. Mi cabeza apoyada sobre su corazón, y no como usualmente me recostaba con mi cabeza sobre su hombro. Al estar ahí me pareció como si escuchase un sonido extraño, como el sonido del mar en una concha, pero más melodioso. Es difícil de describir, pero era como el murmullo de una multitud lejana, sobrepuesta con una pulsación musical. Me acurruqué más cerca y escuché, y entonces pude distinguir, creo, una innumerable replicar de campanas de iglesias, como de otro mundo. Luego escuché otro sonido más intenso, eran palabras, pero no pude distinguirlas. Una y otra vez una voz parecía sobreponerse sobre las otras, pero no podía entender las palabras. Las voces clamaban en diferentes tonos: pasión, alegría, desesperación, monotonía, y al escucharlas me quedé dormido. Cuando miro hacia atrás no tengo dudas sobre qué voces eran aquellas que escuché.

Ahora viene el final de la historia. Mi salud comenzó a mejorar tan notoriamente que los cercanos lo percibieron. Nunca más le di curso, durante el día al menos, a las viejas fantasías lastimeras; y en la noche cuando, me imagino, la voluntad relaja en forma parcial su control, siempre y cuando mi angustia no llegara a cierto punto, ella estaba ahí para confortarme. Sin embargo, sus visitas se fueron distanciando, y yo cada día la necesité menos hasta que al fin cesaron. Ahora bien,  su última visita, la cual tuvo lugar en la primavera del año siguiente, es a la que quiero referirme.

                                

Había dormido bien toda la noche, pero me había despertado en la oscuridad justo antes del amanecer a raíz de un sueño que olvidé, pero que me dejó con mis nervios afectados. Me aterroricé  y grité, y de nuevo la puerta se abrió y ahí estaba ella. Tenía sus joyas en el cabello, y la manta sobre sus hombros. La luz del descanso de la escala alumbrada parcialmente su rostro. Trepé por la cama y fui tomado y llevado a la mecedora y me quedé dormido. Cuando me desperté ya había amanecido. Las aves estaban cantando y piando, y una agradable luminosidad verde estaba en el dormitorio. Yo aún seguía en sus brazos. Por primera vez excepto por la vez que ya mencioné, yo me había despertado fuera de la cama, y fue una gran alegría encontrarla ahí. Como me moví un poco vi que la manta que nos cubría a ambos era de un azul oscuro, con uno intrincado diseño de flores, hojas y aves entre las ramas. Entonces me volteé un poco más para ver su cara ya que estaba tan cerca de mí, pero ella se corrió, e incluso como yo me moví ella se levantó y me llevó hacia la cama. Mientras levantaba y arreglaba la ropa de cama seguía sosteniéndome con un brazo. Luego me dejó gentilmente sobre la cama, con mi cabeza sobre la almohada. Y entonces por primera vez, le vi el rostro claramente. Ella se dobló sobre mí y puso su mano sobre mi pecho, como previniendo que me levantara. Mi miró directo a los ojos y vi que no era mi madre.

Hubo un momento de shock ciego y de dolor, di un gran sollozo y me habría levantado de mi cama, pero su mano me mantuvo abajo y aproveché para mirarla a los ojos. No era mi madre y sin embargo, ¿hubo alguna vez tal rostro de madre como este? Me pareció estar mirando dentro de una profundidad de indescriptible ternura y fortaleza, y en esa fuerza me apoyé en ese momento de miseria. Di uno o dos sollozos mientras miraba, pero estaba más tranquilo y  la paz vino a mí y aprendí mi lección.

Por aquel entonces no supe quién era, pero mi pequeña alma observó vagamente que mi propia madre por alguna razón no podía en ese momento venir a mí, que la necesitaba tanto, y que otra Gran Madre había tomado su lugar. Después de la primera impresión no sentí ni rabia, ni celos porque uno que ha mirado dentro de este amable rostro no puede tener tales pensamientos indignos.

Luego levanté un poco mi cabeza y recuerdo que besé la mano que sostenía la mía, con reverencia y lentamente. No sé por qué lo hice, excepto por una cosa natural que me obligaba a hacerlo. La mano era fuerte, blanca y delicadamente fragante. Después la retiró y estando junto a la puerta esta se abrió, ella se fue y la puerta se cerró.

Desde esa fecha no he vuelto a verla, pues no necesité hacerlo, ya que sé quién es y que, con el favor de Dios, la volveré a ver de nuevo y la próxima vez espero que mi madre y yo estemos juntos.  A lo mejor no sea por mucho tiempo, y tal vez ella me permita besar su mano de nuevo.

Ahora, mi estimado señor, no sé qué le ha parecido a usted todo esto, y puede ser que le parezca, aunque no creo que sea así, una niñería. Sin embargo, de alguna manera no hay cosa que yo desee más que esto, porque nuestro Salvador mismo dijo que seamos como niños y nuestro Salvador también descansó una vez en el pecho de su madre. Yo sé que estoy poniéndome viejo y que los hombres viejo algunas veces somos muy tontos. Pero tal como Sus palabras, esta experiencia parece cada vez más hablarme sobre que el Reino de los Cielos tiene una puerta baja y angosta para que solamente los niñitos puedan entrar, y que debemos volver a ser pequeños de nuevo y dejar todas nuestros bultos si queremos pasar a través de ella.

Esta, querido y reverenciado señor, es mi historia. ¿Puedo pedirle si puede usted recordarme algunas veces en el Altar y en sus plegarias? Porque seguramente Dios le exigirá más a quien ha recibido tanto de Él, y ya que aún no tengo nada para presentarle y mi tiempo ha de estar cerca del fin, incluso su infinita paciencia tiene su límite.
Créame,
Suyo fielmente,
“___,____”


                                                                               R.H.Benson, The Light Invisible

        

miércoles, 3 de febrero de 2016

Postfacio del Padre Castellani a su traducción del Señor del Mundo, de R.H.Benson



He traducido este libro para una persona, y si ella lo lee, lo demás no importa, pero puede ser útil, si no me engaño, a muchos otros.

Qui scribit, bis legit, decían los romanos; bien pudieran decir: qui vertit, ter legit, el que traduce, lee tres veces…Quiero decir que traducirlo me ha sido extraordinariamente provechoso también a mí. Entre otras cosas, para traducir bien una obra maestra, hay que ir hasta el tuétano del pensamiento y de la técnica del artista; y se le revela a uno la delicada fábrica de ambos, oculta allá detrás.
                                                 
En julio de 1956, estando en Londres, busqué con afán las obras de R.H. Benson que aún no poseo, y un ejemplar bueno de “Lord of the World”, su obra maestra, que poseo en una edición barata (Hutchinson C°) hecha para los “Dominios”, sin fecha, mala impresión, mal papel, deplorable presentación…La búsqueda fue infructuosa; aparentemente las novelas del admirable novelista no se reimprimieron más; y en Foyles, la librería mayor del mundo, que tiene un stock de 1.400.000 libros de segunda mano, me dijeron que nos los encontraría. Supongo que los estragos de la guerra y el ambiente protestante de Inglaterra explican esto.

Este libro religioso, que para nosotros puede ponerse al lado del Pilgrim Progress de Bunyan y el Paradise Lost de Milton, tiene mala suerte. Juan Mateos Pbro., lo tradujo pobremente, por no decir mal, para Gili, de Barcelona, tomándose la libertad de hacerle añadiduras, y ésas, chabacanas, estropeando por ejemplo el § 3 del Cap. IV. Además, parece que antepuso al comienzo del “Prólogo” este pegote insolente: Los que son enemigos de prólogos fastidiosos, pueden omitir la lectura de éste, que no ingresa en la acción de la novela (cito de memoria), lo cual es falso, y es una broma pesada del autor; pues siendo éste un soberano artista, si el Prólogo fuese superfluo, lo hubiese omitido él mismo. Un artista no pone nada innecesario en su obra.

Una “editorial” de Buenos Aires tomó esta traducción y la reprodujo con los siguientes empeores: 1°) cambió el título del libro; 2°) omitió dos páginas de “la muerte de Mabel”, arruinando el Cap. IV del Libro Tercero; y 3°) suprimió tranquilamente el prólogo calumniado.

Yo no quería que esta obra se perdiera. La leí a los 15 o 16 años en la traducción de Mateos, y me hizo una impresión indeleble. Releída más tarde en el texto inglés, la juzgué una de las más interesantes de la riquísima novelística inglesa, superior a las de Wells como “novela anticipatoria”, comparable a las de Meredith en estudio psicológico y pulcritud de forma, cargada de un mensaje religioso de alta actualidad e importancia; en suma, un poema teológico en prosa que se puede poner al lado del Paradise Lost, y superior a él en algunos aspectos; desde luego, el de la amenidad…y la ortodoxia.

Pasando por Barcelona este año, vi que Gili Hijos había reeditado su traducción de hace cuarenta años, sin retoques. Como dijimos, esa traducción es deficiente, es “aguada”, ha puesto demasiadas palabras de más, además de verba y retórica española; ha “rebajado” el texto, en el sentido en que se “rebaja” el vino; y este rebajar, tratándose de una gran obra literaria, puede equivaler a “anular”. Nosotros hemos añadido a veces; pero para reforzar, no para diluir. Hemos añadido graduación, no agua. Reparar algún olvido del autor, es lícito; y también sacar en limpio, por medio de una palabra más, una conclusión que el autor sabe que sus lectores ingleses sacarán por sí mismos; pero yo sé que mis lectores no.

En suma, he hecho mi oficio a conciencia, tomándome todas las libertades que eran necesarias, pero ni una sola más que las necesarias; cotejando de paso con asombro las cualidades de ambas lenguas; y notando que aunque la inglesa es “la más breve, bella y bárbara del Universo”, con todo es posible emular hasta cierto punto (como notó ese gran “scholar” que fue don Carlos Obligado) su heroica concisión con la española; no con la enormidad de monosílabos, las preposiciones separables y las palabras compuestas, que son su privilegio regio, sino por medio de la elipsis, la metáfora, las frases hechas y modismos, y la rica flexión de los verbos castellanos.
                                                   
“Lord of the World” a su aparición suscitó una gran resistencia en muchos católicos, que lo acusaron de “sombrío” y aun de “desesperado”, estimando que la “Iglesia no podía ser derrotada (es decir, perseguida) en tal forma, pues poseía las promesas divinas, etc.” Eso oí declamar con mucho énfasis cuando era mozuelo al P. Irribaren, un sacerdote vasco. El escándalo ante el Apocalipsis y la Segunda Venida de Cristo (que son dogmas de Fe) es común en el catolicismo actual; y creo que se ha acentuado desde Benson acá. Viene quizá de que se adhiere a la Iglesia como a un partido político; y además, los que están muy enfermos no aman oír hablar de la muerte; y así el mundo actual. Como se ve por la correspondencia de Benson (publicada por Martindale s.j) la resistencia en Inglaterra fue enorme. Benson podía haber contestado tranquilamente: “Más sombrío, si acaso, es el Apocalipsis y el capítulo XXIV de San Mateo”. Más él escribió otra novela, llamada Aurora Total (The Dawn of All)  - traducida al español con el título de Alba Triunfante – para darse a entender mejor.

Esta otra novela contempla la “Otra posibilidad” abierta en tiempo de Benson, y que en realidad no está cerrada nunca al Poder imprevisible que gobierna la historia: la posibilidad de un gran triunfo de la Iglesia: esa “conversión de Europa” que invoca Hillaire Belloc como único albur de salvar el mundo actual. Pero…”nunca segundas partes fueron buenas”; y esta segunda parte (en realidad, contraparte) no tiene la fuerza, la grandeza ni la convicción de su gemela-antípoda. Se ve que las presunciones de su autor (llámese “pesimistas” si se quiere) no corrían por ese cause, y se inclinaban al otro polo, al de las grandes derrotas inminentes de la cristiandad; y los acontecimientos de este último medio siglo ciertamente no lo han desmentido.

Muchas de las cosas previstas por Benson en su fantasía poética (en la cual no hizo sino prolongar algunas líneas de fuerza de su tiempo, proyectándolas al futuro) se ha verificado. Apoyándose en el libro del Apocalipsis (que siendo él todavía niño, su padre, el Arzobispo de Cantorbery, había comentado), Benson sin embargo no lo asume por entero, a fin de lograr, con certero tacto artístico, la  unidad de la obra; y esquivar los temas que, por su vastitud desmesurada, eran inabarcables a la representación artística; escollo que quizás no supo salvar del todo nuestro Hugo Wast en su 666, novela del tema análogo. Benson se ciñó al motivo del Anticristo y la Última Tribulación, siguiendo en esto quizá la gran tradición medieval, resumida por Newman en sus cuatro sermones de 1835 sobre “el Anticristo según la doctrina de los Padres”.

En lo que no acertó Benson, como les pasa generalmente a los profetas, fue en el cálculo del tiempo, en el cual se quedó generalmente corto; lo mismo que le ocurrió, por ejemplo, a Nietzsche en sus predicciones. También rehuyó el tema de la Guerra de los Continentes, que está predicha en la Revelación de San Juan; haciéndola evitar por obra del Anticristo Felsenburgh, que procura la paz, y por medio de este gran triunfo se convierte en “Señor del Mundo”. Benson esquivó, además, las profecía de San Pablo acerca de la Conversión de los Judíos y la Restauración del Reino de Israel; las Siete Fialas de la Ira de Dios; y el misterioso pasaje de los Dos Testigos Taumaturgos, así como el de la “Segunda Bestia”.

           
                   Roberto Hugo Benson nació en 1871, hijo del Primado Protestante de Inglaterra, Arzobispo de Cantorbery, Edward White Benson, también notable escritor, como toda esta familia (Edward, Arthur, Estela…) y autor de varios libros religiosos, uno de ellos sobre el Apocalipsis, como dijimos. Su hijo menor, Robert Hugh, se convirtió al catolicismo después de ordenado clérigo anglicano y desempeñados algunos curatos de la “Iglesia Establecida”. Hizo un viaje a Roma, donde se ordenó sacerdote católico, cuyo recuerdo emocionado pasó a este libro. Soportó mucho tiempo la aversión y la persecución de su hermano mayor Eduardo Federico, arqueólogo y también autor de novelas, como Dodo, novela costumbrista decididamente fútil y floja, y Spook Stories, cuentos de duendes; las cuales sí existen actualmente en librerías y se reeditan y propalan, a pesar de ser inferiores a las del hermano menor, según nuestra opinión; que no todos comparten. Eduardo escribió en su larga vida más de 50 novelas, además de algunas piezas de teatro y libros de viaje. Roberto Hugo escribió en su corta vida dos o tres obras maestras. La madre sostuvo, apoyó y consoló constantemente al hijo sacerdote, como puede verse en la tierna correspondencia citada en la biografía de Martindale s.j.: Robert Hugh Benson, his Life and Work.  Murió en 1914, de 44 años.

Sin disculpar al hermano, era natural que R.H.B. fuera perseguido en Inglaterra, aunque honrado en Roma con el título de “Monsignore”; en aquellos tiempos, los “Monsignori” del Vaticano honraban todavía a los profetas. Con lo que dice R.H.B. de la Iglesia establecida y del Imperio Británico tenía que lastimar al anglicanismo y al jingoísmo (o patrioterismo inglés), las dos religiones más vigentes en Gran Bretaña, y suscitar, ende, el “odium theologicum”. Dijo verdades tremendas, tanto más cuando proferidas por el hijo mismo de la cabeza suprema de ambas religiones, el Arzobispo-Príncipe de la Iglesia Nacional Protestante. Pero, en fin, es el lote de todos los profetas.

Publicó 19 novelas, además de varios libros teológicos, como Las paradojas del Cristianismo, tan amado por Chesterton; El amor a Jesús, Santo Tomás de Canterbury, La Religión del hombre medio, Denominaciones no católicas y La Amistad de Cristo. Los títulos de sus novelas, además de las dos nombradas, son:

The King’s Achievement (Lo que hizo del Rey)
By what Authority? (¿Con qué autoridad?)
The Queen Tragedy (La tragedia de la Reina)
Trilogía histórica acerca del nacimiento del cisma inglés.
Come, Rack! Come, Rope! (¡Ven, potro, ven, cuerda!)
Novela histórica acerca de los mártires ingleses del reino isabelino.
El espejo de Shalot (cuentos de duendes)
Ricardo Raynal, solitario
La luz invisible (cuentos de misterio)
Los nigromantes (acerca del espiritismo)
Los sentimentales
Los convencionales
Bicho Raro (“Oddfish”)
El cobarde
Soledad (“Loneliness”)
Iniciación
Un hombre medio
Un cribado (“A winnowing”) y
¡Un solo Dios!, otra obra maestra genuina, traducida al francés y al italiano con el título de La conversión de Frank Guilesley… (“None other Gods”)

La corta vida del sacerdote artista resplandeció de todas las virtudes, y de un estudio y un trabajo incansables. Todas sus novelas, aun las más flojas o inmaduras (como “Loneliness” o “Initiation”) muestran maestría y saber y contienen valores apreciables. Su hermano las calificaba públicamente de “panfletos de propaganda papista sensacionalista y folletinescos” – indicando así, sin querer, las dos cualidades máximas de Roberto que a él le faltaron, a saber: el don de la invención novelesca y la trascendencia del mensaje. El Dictionary of English Litterature, publicado por John W. Cousin en la colección Everyman’s, omite tranquilamente a Robert Hugh como si no existiera, en tanto que incluye los datos biográficos y bibliográficos de su hermano (edic. 7ª, 1929), lo mismo que otras obras de referencia que hemos visto. Puede que me equivoque, pero me parece una injusticia manifiesta.
        
Vertere, ter quaterque legere…Traduciendo un libro, mucho más que leyéndolo, uno entra en el arte y la inteligencia del autor; y también en sus limitaciones.

Algunos críticos han descalificado el desenlace de este libro (recordemos a Mateos, su primer traductor, y a León Bloy en su “Diario”) considerándolo inferior al resto de la obra, un descenso, colapso.

No nos parece. Pero en último caso hay que tomar lo que a uno le dan, cuando se lo dan gratis; y si el autor no nos dio más, es que no pudo darnos más. Inconmensurable como era el tema, preferible es que nos haya dado el fin del mundo en una especie de poema lírico-abstracto-místico en prosa, que no una barroca pintura a lo Wells llena de truculencias, de un suceso que de suyo es inefable.

Pero en realidad el final nos parece, bien mirado, egregio. Desarrolla una idea sencilla y profunda, que todo cristiano tiene, pero es misteriosa; a saber, que lo sobrenatural es de suyo más poderoso que todo lo natural, como el viento es más poderoso que la tierra (y el espíritu que la materia) y en una batalla final lo derrotaría.

No lo derrotaría arrollándolo por violencia, como un huracán se lleva por delante los árboles, sino penetrándolo como un ácido y disolviéndolos; porque el espíritu penetra la materia, si es que no constituye su raíz misma. Por lo menos hay continuidad entre ellos.
                            Car le surnaturel est lui-meme charnel;
y aunque no lo parezca en la actual condición y economía de la creación, el espíritu es el más fuerte.
Por eso Benson discurre armar a los inermes cristianos enfrentados al enorme poder material del Príncipe de este Mundo con la misa, el santísimo sacramento y los indefensos cantos litúrgicos; y a estas armas las hace triunfar de modo inesperado, pero lógico sobre la tremenda flota aérea del Anticristo; la cual no es precipitada en llamas, como pensó durante siglos la imaginación vulgar sobre los textos del Profeta, sino simplemente, en virtud del fuego esencial, desvanecida en la nada.

Para concebir la muerte del mundo, Benson se apoya con excelsa intuición poética en la muerta del hombre ¿y qué cosa más lógica?, en el desvanecimiento gradual de los sentidos y los vínculos vitales entre cuerpo y alma (tema iniciado en la muerte de Mabel, que hace “pendant” y preludio a la muerte del universo mundo), no porque el alma se debilite, sino al contrario. Basta que lo sobrenatural devuelva al espíritu su fuerza congénita, para que éste domine a la materia – como ocurre en los milagros.

Sin negar los fuegos pirotécnicos de los diversos Apocalipsis (terremotos, granizos, calor excesivo, luna sangrienta, estrellas que caen, bramidos del mar) al contrario, afirmándolos al sublimarlos, Benson hace ver la última catástrofe desde adentro y no desde afuera: desde la visión mística (visión de la realidad más honda que la sensible) del Sacerdote Sirio, puesto en un trance de agonía o parecido a la agonía. Y esto es un soberano acierto artístico, propio de un gran poeta.
                                                  
“Libro sombrío”…El mencionado reproche de que Benson pintaría los últimos tiempos con colores demasiado negros, me parece carente de sentido; yo diría que más bien se queda corto.

Desde luego, y aunque cela va sans dire, mais nous le disons, esto no es una Suma Teológica ni un Apocalipsis ni un Libro de los Reyes; es una imaginación, es decir, una novela, con la verdad propia de este género. Inventa una manera como la cosa puede pasar, sabiendo que puede haber otras maneras. Lo importante es que la Cosa va a pasar, de esta manera u otra.

Por lo pronto, ya hoy, a los cincuenta años, algunas líneas de 1906 que Benson proyectó al futuro (como la de Gustavo Hervé, por ejemplo) se han cortado, otras han desviado camino. Algunas nuevas han surgido imprevistamente, como el fenomenal Imperio Soviético Ateo, o la creación del Nuevo Reino Israelí, suceso eminentemente profetal.

Fácilmente se podría objecionar ahora (en parte) la concepción de Benson y proponer otra; pero eso sería pecar contra los derechos de autor: los derechos de la imaginación poética.

Los cristianos de Benson, por ejemplo, son admirables. En realidad, retrata de cerca de uno solo. Percy Franklin; y de lejos, una gran masa de cristianos sin rostro, los miembros de la Orden de Cristo. Todos son admirables.

Frente a estos cristianos admirables…renegados como el P. Francis, seres dolorosamente equivocados como Mabel y perversos como Felsenburgh, o simplemente malos (egoístas) como Oliver Brand. Los dos extremos seres demoníacos y seres admirables.

Pero hoy día nos encontramos en medio de inmensa cantidad de cristianos NO ADMIRABLES. El término medio – “los imbéciles”, como dice Bernanos- escapó a Benson, o no lo quiso considerar…a no ser fugazmente, en Mister Phillips, quizá.

El Vaticano de Benson es un modelo, tal como lo pudo ver la mente idealista de un joven sacerdote convertido que fue dos años a estudiar a Roma; como lo vimos (con la imaginación) nosotros mismos durante nuestros estudios.

El Vaticano convertido en un nidal de intrigas políticas, en una burocracia impersonal e insensible, en una sucursal del Quay d’Orsay…o en una Beocia (como la historia nos enseña puede darse) Benson no podía verlo. Sin embargo, muchos Santos Padres antiguos creyeron que sería en la Roma de los últimos tiempos (atención, amigos Adventistas, ¡de los últimos tiempos solamente!) donde se asentaría el Anticristo. Benson prefiere hacer volar a Roma…Es preferible. No es seguro.

Puede que Benson haya visto algo de esto, mas no haya querido “desnudar las vergüenzas de su madre”, como prohíbe el Levítico. Tampoco yo lo haré.

Anoto esto al vuelo, solamente para esclarecer la novela. Benson no se sintió con inspiración o con voluntad para retratar el fariseísmo. Sin embargo, sabemos que cuando Cristo retorne encontrará la religión más o menos – más y no menos – como cuando vino. Cuando vino la encontró plagada por el fariseísmo; el cual desconoció al Mesías y dio muerte deicida al Hijo de Dios.

“Si no hubiese fariseísmo en la Iglesia, no habría comunismo en el mundo”, nos dijo antaño en Roma un judío converso, don Benjamín Benavides.
                                                     
Así, pues, el autor del Señor del Mundo concibe la Gran Tribulación como una persecución externa, que hace mártires de los valerosos y apostatas de los tímidos, reduciendo el número de los cristianos a un puñado de héroes del espíritu, a través de grandes matanzas y defecciones inmúmeras; pero ha velado la tribulación de adentro, la corrupción introducida en el seno de la Iglesia, mucho más temerosa. Ha prescindido de lo que llama el Apocalipsis “la Segunda Bestia”. La Iglesia, apretada más y más, se conserva más y más pura, como un grano de oro en el crisol. Benson no ha tenido la idea (o la ha perdonado al lector) de la corrupción interna específica de la religión; de la confusión dentro del redil, y no solamente fuera.

Con ligereza indigna de un católico, algunos católicos que no eran católicos llegaron a insinuar al aparecer este libro la sospecha de que el novelista “hubiera perdido la fe”…Lo que sí se puede conceder es que quizás esta novela represente una tentación contra la fe ya rechazada, lo cual es justamente lo contrario: una tentación de desaliento vencida.

Mas, como ya hemos dicho, cuando Cristo venga por segunda vez “en gloria y majestad”, encontrará la religión en el mismo estado (y un poco peor) que en su primera venida: Él mismo lo dijo. Y ese fenómeno es mucho más espantable que el de la violencia externa y corporal; la cual no faltará tampoco. Por lo menos, así leemos nosotros las profecías; sujetándonos, si erramos, al juicio de la Santa Madre Iglesia. Cuando veáis la abominación de la desolación en el lugar donde no debe estar…entonces es.

“La última corrupción ya ha comenzado, porque la Iglesia ya está tocada: en el Atrio, no en el Santuario”, nos dijo también don Benjamín Benavídez.
                                                       
Las palabras que Cristo habló acerca del misterio de la agonía del mundo que habitamos y su definitiva transformación, son extremosas, tanto en la amenaza como en el consuelo; y van en su desmesura sublime más allá de donde el arte humano puede seguirlas. El Predicador y el Profeta humano (que de esto oficia Benson en este libro) ante un suceso que es mayor que el Diluvio y comparable a la creación misma, debe contentarse con balbuceos. Pero esos balbuceos son también necesarios a la propagación de la Palabra.

Día de San Juan Evangelista de 1956.
                                                                                       Leonardo Castellani Conte-Pomi Th.D.