He
traducido este libro para una persona, y si ella lo lee, lo demás no importa,
pero puede ser útil, si no me engaño, a muchos otros.
Qui scribit, bis legit, decían
los romanos; bien pudieran decir: qui
vertit, ter legit, el que traduce, lee tres veces…Quiero decir que
traducirlo me ha sido extraordinariamente provechoso también a mí. Entre otras
cosas, para traducir bien una obra maestra, hay que ir hasta el tuétano del
pensamiento y de la técnica del artista; y se le revela a uno la delicada
fábrica de ambos, oculta allá detrás.
En
julio de 1956, estando en Londres, busqué con afán las obras de R.H. Benson que
aún no poseo, y un ejemplar bueno de “Lord of the World”, su obra maestra, que
poseo en una edición barata (Hutchinson C°) hecha para los “Dominios”, sin
fecha, mala impresión, mal papel, deplorable presentación…La búsqueda fue
infructuosa; aparentemente las novelas del admirable novelista no se
reimprimieron más; y en Foyles, la librería mayor del mundo, que tiene un stock de 1.400.000 libros de segunda
mano, me dijeron que nos los encontraría. Supongo que los estragos de la guerra
y el ambiente protestante de Inglaterra explican esto.
Este
libro religioso, que para nosotros puede ponerse al lado del Pilgrim Progress de Bunyan y el Paradise Lost de Milton, tiene mala
suerte. Juan Mateos Pbro., lo tradujo pobremente, por no decir mal, para Gili,
de Barcelona, tomándose la libertad de hacerle añadiduras, y ésas, chabacanas, estropeando por ejemplo el § 3 del
Cap. IV. Además, parece que antepuso al comienzo del “Prólogo” este pegote
insolente: Los que son enemigos de
prólogos fastidiosos, pueden omitir la lectura de éste, que no ingresa en la
acción de la novela (cito de memoria), lo cual es falso, y es una broma
pesada del autor; pues siendo éste un soberano artista, si el Prólogo fuese
superfluo, lo hubiese omitido él mismo. Un artista no pone nada innecesario en
su obra.
Una
“editorial” de Buenos Aires tomó esta traducción y la reprodujo con los
siguientes empeores: 1°) cambió el título del libro; 2°) omitió dos páginas de
“la muerte de Mabel”, arruinando el Cap. IV del Libro Tercero; y 3°) suprimió
tranquilamente el prólogo calumniado.
Yo no
quería que esta obra se perdiera. La leí a los 15 o 16 años en la traducción de
Mateos, y me hizo una impresión indeleble. Releída más tarde en el texto
inglés, la juzgué una de las más interesantes de la riquísima novelística
inglesa, superior a las de Wells como “novela anticipatoria”, comparable a las
de Meredith en estudio psicológico y pulcritud de forma, cargada de un mensaje
religioso de alta actualidad e importancia; en suma, un poema teológico en
prosa que se puede poner al lado del Paradise
Lost, y superior a él en algunos aspectos; desde luego, el de la amenidad…y
la ortodoxia.
Pasando
por Barcelona este año, vi que Gili Hijos había reeditado su traducción de hace
cuarenta años, sin retoques. Como dijimos, esa traducción es deficiente, es
“aguada”, ha puesto demasiadas palabras de más, además de verba y retórica
española; ha “rebajado” el texto, en el sentido en que se “rebaja” el vino; y
este rebajar, tratándose de una gran obra literaria, puede equivaler a “anular”.
Nosotros hemos añadido a veces; pero para reforzar, no para diluir. Hemos
añadido graduación, no agua. Reparar algún olvido del autor, es lícito; y
también sacar en limpio, por medio de una palabra más, una conclusión que el
autor sabe que sus lectores ingleses sacarán por sí mismos; pero yo sé que mis
lectores no.
En
suma, he hecho mi oficio a conciencia, tomándome todas las libertades que eran
necesarias, pero ni una sola más que las necesarias; cotejando de paso con
asombro las cualidades de ambas lenguas; y notando que aunque la inglesa es “la
más breve, bella y bárbara del Universo”, con todo es posible emular hasta
cierto punto (como notó ese gran “scholar” que fue don Carlos Obligado) su
heroica concisión con la española; no con la enormidad de monosílabos, las
preposiciones separables y las palabras compuestas, que son su privilegio
regio, sino por medio de la elipsis, la metáfora, las frases hechas y modismos,
y la rica flexión de los verbos castellanos.
“Lord
of the World” a su aparición suscitó una gran resistencia en muchos católicos,
que lo acusaron de “sombrío” y aun de “desesperado”, estimando que la “Iglesia
no podía ser derrotada (es decir, perseguida)
en tal forma, pues poseía las promesas divinas, etc.” Eso oí declamar con mucho
énfasis cuando era mozuelo al P. Irribaren, un sacerdote vasco. El escándalo
ante el Apocalipsis y la Segunda Venida de Cristo (que son dogmas de Fe) es
común en el catolicismo actual; y creo que se ha acentuado desde Benson acá.
Viene quizá de que se adhiere a la Iglesia como a un partido político; y
además, los que están muy enfermos no aman oír hablar de la muerte; y así el
mundo actual. Como se ve por la correspondencia de Benson (publicada por
Martindale s.j) la resistencia en Inglaterra fue enorme. Benson podía haber
contestado tranquilamente: “Más sombrío, si acaso, es el Apocalipsis y el
capítulo XXIV de San Mateo”. Más él escribió otra novela, llamada Aurora Total (The Dawn of All) - traducida al español con el título de Alba Triunfante – para darse a entender
mejor.
Esta
otra novela contempla la “Otra posibilidad” abierta en tiempo de Benson, y que
en realidad no está cerrada nunca al Poder imprevisible que gobierna la
historia: la posibilidad de un gran triunfo de la Iglesia: esa “conversión de
Europa” que invoca Hillaire Belloc como único albur de salvar el mundo actual.
Pero…”nunca segundas partes fueron buenas”; y esta segunda parte (en realidad,
contraparte) no tiene la fuerza, la grandeza ni la convicción de su
gemela-antípoda. Se ve que las presunciones de su autor (llámese “pesimistas”
si se quiere) no corrían por ese cause, y se inclinaban al otro polo, al de las
grandes derrotas inminentes de la cristiandad; y los acontecimientos de este
último medio siglo ciertamente no lo han desmentido.
Muchas
de las cosas previstas por Benson en su fantasía poética (en la cual no hizo
sino prolongar algunas líneas de fuerza de su tiempo, proyectándolas al futuro)
se ha verificado. Apoyándose en el libro del Apocalipsis (que siendo él todavía
niño, su padre, el Arzobispo de Cantorbery, había comentado), Benson sin
embargo no lo asume por entero, a fin de lograr, con certero tacto artístico,
la unidad
de la obra; y esquivar los temas que, por su vastitud desmesurada, eran
inabarcables a la representación artística; escollo que quizás no supo salvar
del todo nuestro Hugo Wast en su 666, novela del tema análogo. Benson se ciñó
al motivo del Anticristo y la Última Tribulación, siguiendo en esto quizá la
gran tradición medieval, resumida por Newman en sus cuatro sermones de 1835
sobre “el Anticristo según la doctrina de los Padres”.
En lo
que no acertó Benson, como les pasa generalmente a los profetas, fue en el
cálculo del tiempo, en el cual se quedó generalmente corto; lo mismo que le
ocurrió, por ejemplo, a Nietzsche en sus predicciones. También rehuyó el tema
de la Guerra de los Continentes, que está predicha en la Revelación de San
Juan; haciéndola evitar por obra del Anticristo Felsenburgh, que procura la
paz, y por medio de este gran triunfo se convierte en “Señor del Mundo”. Benson
esquivó, además, las profecía de San Pablo acerca de la Conversión de los
Judíos y la Restauración del Reino de Israel; las Siete Fialas de la Ira de
Dios; y el misterioso pasaje de los Dos Testigos Taumaturgos, así como el de la
“Segunda Bestia”.
Roberto Hugo Benson nació en
1871, hijo del Primado Protestante de Inglaterra, Arzobispo de Cantorbery,
Edward White Benson, también notable escritor, como toda esta familia (Edward,
Arthur, Estela…) y autor de varios libros religiosos, uno de ellos sobre el
Apocalipsis, como dijimos. Su hijo menor, Robert Hugh, se convirtió al
catolicismo después de ordenado clérigo anglicano y desempeñados algunos
curatos de la “Iglesia Establecida”. Hizo un viaje a Roma, donde se ordenó
sacerdote católico, cuyo recuerdo emocionado pasó a este libro. Soportó mucho
tiempo la aversión y la persecución de su hermano mayor Eduardo Federico,
arqueólogo y también autor de novelas, como Dodo,
novela costumbrista decididamente fútil y floja, y Spook Stories, cuentos de duendes; las cuales sí existen
actualmente en librerías y se reeditan y propalan, a pesar de ser inferiores a
las del hermano menor, según nuestra opinión; que no todos comparten. Eduardo
escribió en su larga vida más de 50 novelas, además de algunas piezas de teatro
y libros de viaje. Roberto Hugo escribió en su corta vida dos o tres obras
maestras. La madre sostuvo, apoyó y consoló constantemente al hijo sacerdote,
como puede verse en la tierna correspondencia citada en la biografía de
Martindale s.j.: Robert Hugh Benson, his
Life and Work. Murió en 1914, de 44
años.
Sin
disculpar al hermano, era natural que R.H.B. fuera perseguido en Inglaterra,
aunque honrado en Roma con el título de “Monsignore”; en aquellos tiempos, los
“Monsignori” del Vaticano honraban todavía a los profetas. Con lo que dice
R.H.B. de la Iglesia establecida y del Imperio Británico tenía que lastimar al
anglicanismo y al jingoísmo (o patrioterismo inglés), las dos religiones más
vigentes en Gran Bretaña, y suscitar, ende, el “odium theologicum”. Dijo
verdades tremendas, tanto más cuando proferidas por el hijo mismo de la cabeza
suprema de ambas religiones, el Arzobispo-Príncipe de la Iglesia Nacional
Protestante. Pero, en fin, es el lote de todos los profetas.
Publicó
19 novelas, además de varios libros teológicos, como Las paradojas del Cristianismo, tan amado por Chesterton; El amor a Jesús, Santo Tomás de Canterbury,
La Religión del hombre medio, Denominaciones no católicas y La Amistad de Cristo. Los títulos de
sus novelas, además de las dos nombradas, son:
The King’s Achievement (Lo que
hizo del Rey)
By what Authority? (¿Con
qué autoridad?)
The Queen Tragedy (La
tragedia de la Reina)
Trilogía histórica acerca del nacimiento
del cisma inglés.
Come, Rack! Come, Rope! (¡Ven,
potro, ven, cuerda!)
Novela histórica acerca de los mártires
ingleses del reino isabelino.
El espejo de Shalot (cuentos
de duendes)
Ricardo Raynal, solitario
La luz invisible (cuentos
de misterio)
Los nigromantes (acerca
del espiritismo)
Los sentimentales
Los convencionales
Bicho Raro (“Oddfish”)
El cobarde
Soledad (“Loneliness”)
Iniciación
Un hombre medio
Un cribado (“A
winnowing”) y
¡Un solo Dios!, otra
obra maestra genuina, traducida al francés y al italiano con el título de La
conversión de Frank Guilesley… (“None other Gods”)
La
corta vida del sacerdote artista resplandeció de todas las virtudes, y de un
estudio y un trabajo incansables. Todas sus novelas, aun las más flojas o
inmaduras (como “Loneliness” o “Initiation”) muestran maestría y saber y
contienen valores apreciables. Su hermano las calificaba públicamente de
“panfletos de propaganda papista sensacionalista y folletinescos” – indicando
así, sin querer, las dos cualidades máximas de Roberto que a él le faltaron, a
saber: el don de la invención novelesca y la trascendencia del mensaje. El Dictionary of English Litterature, publicado
por John W. Cousin en la colección Everyman’s,
omite tranquilamente a Robert Hugh como si no existiera, en tanto que incluye
los datos biográficos y bibliográficos de su hermano (edic. 7ª, 1929), lo mismo
que otras obras de referencia que hemos visto. Puede que me equivoque, pero me
parece una injusticia manifiesta.
Vertere, ter quaterque legere…Traduciendo
un libro, mucho más que leyéndolo, uno entra en el arte y la inteligencia del
autor; y también en sus limitaciones.
Algunos
críticos han descalificado el desenlace de este libro (recordemos a Mateos, su
primer traductor, y a León Bloy en su “Diario”) considerándolo inferior al
resto de la obra, un descenso, colapso.
No nos
parece. Pero en último caso hay que tomar lo que a uno le dan, cuando se lo dan
gratis; y si el autor no nos dio más, es que no pudo darnos más. Inconmensurable
como era el tema, preferible es que nos haya dado el fin del mundo en una
especie de poema lírico-abstracto-místico en prosa, que no una barroca pintura
a lo Wells llena de truculencias, de un suceso que de suyo es inefable.
Pero en
realidad el final nos parece, bien mirado, egregio. Desarrolla una idea
sencilla y profunda, que todo cristiano tiene, pero es misteriosa; a saber, que
lo sobrenatural es de suyo más poderoso que todo lo natural, como el viento es
más poderoso que la tierra (y el espíritu que la materia) y en una batalla
final lo derrotaría.
No lo
derrotaría arrollándolo por violencia, como un huracán se lleva por delante los
árboles, sino penetrándolo como un ácido y disolviéndolos; porque el espíritu
penetra la materia, si es que no constituye su raíz misma. Por lo menos hay
continuidad entre ellos.
Car le surnaturel est lui-meme charnel;
y aunque no lo parezca en la
actual condición y economía de la creación, el espíritu es el más fuerte.
Por eso
Benson discurre armar a los inermes cristianos enfrentados al enorme poder
material del Príncipe de este Mundo con la misa, el santísimo sacramento y los
indefensos cantos litúrgicos; y a estas armas las hace triunfar de modo
inesperado, pero lógico sobre la tremenda flota aérea del Anticristo; la cual
no es precipitada en llamas, como pensó durante siglos la imaginación vulgar
sobre los textos del Profeta, sino simplemente, en virtud del fuego esencial,
desvanecida en la nada.
Para
concebir la muerte del mundo, Benson se apoya con excelsa intuición poética en
la muerta del hombre ¿y qué cosa más lógica?, en el desvanecimiento gradual de
los sentidos y los vínculos vitales entre cuerpo y alma (tema iniciado en la
muerte de Mabel, que hace “pendant” y preludio a la muerte del universo mundo),
no porque el alma se debilite, sino al contrario. Basta que lo sobrenatural
devuelva al espíritu su fuerza congénita, para que éste domine a la materia –
como ocurre en los milagros.
Sin
negar los fuegos pirotécnicos de los diversos Apocalipsis (terremotos,
granizos, calor excesivo, luna sangrienta, estrellas que caen, bramidos del
mar) al contrario, afirmándolos al sublimarlos, Benson hace ver la última
catástrofe desde adentro y no desde afuera: desde la visión mística (visión de
la realidad más honda que la sensible) del Sacerdote Sirio, puesto en un trance
de agonía o parecido a la agonía. Y esto es un soberano acierto artístico,
propio de un gran poeta.
“Libro
sombrío”…El mencionado reproche de que Benson pintaría los últimos tiempos con
colores demasiado negros, me parece carente de sentido; yo diría que más bien
se queda corto.
Desde
luego, y aunque cela va sans dire, mais
nous le disons, esto no es una Suma Teológica ni un Apocalipsis ni un Libro
de los Reyes; es una imaginación, es
decir, una novela, con la verdad propia de este género. Inventa una manera como
la cosa puede pasar, sabiendo que puede haber otras maneras. Lo importante es
que la Cosa va a pasar, de esta manera u otra.
Por lo
pronto, ya hoy, a los cincuenta años, algunas líneas de 1906 que Benson
proyectó al futuro (como la de Gustavo Hervé, por ejemplo) se han cortado,
otras han desviado camino. Algunas nuevas han surgido imprevistamente, como el
fenomenal Imperio Soviético Ateo, o la creación del Nuevo Reino Israelí, suceso
eminentemente profetal.
Fácilmente
se podría objecionar ahora (en parte) la concepción de Benson y proponer otra;
pero eso sería pecar contra los derechos de autor: los derechos de la
imaginación poética.
Los
cristianos de Benson, por ejemplo, son admirables. En realidad, retrata de
cerca de uno solo. Percy Franklin; y de lejos, una gran masa de cristianos sin
rostro, los miembros de la Orden de Cristo. Todos son admirables.
Frente
a estos cristianos admirables…renegados como el P. Francis, seres dolorosamente
equivocados como Mabel y perversos como Felsenburgh, o simplemente malos
(egoístas) como Oliver Brand. Los dos extremos seres demoníacos y seres
admirables.
Pero
hoy día nos encontramos en medio de inmensa cantidad de cristianos NO
ADMIRABLES. El término medio – “los imbéciles”, como dice Bernanos- escapó a
Benson, o no lo quiso considerar…a no ser fugazmente, en Mister Phillips,
quizá.
El
Vaticano de Benson es un modelo, tal como lo pudo ver la mente idealista de un
joven sacerdote convertido que fue dos años a estudiar a Roma; como lo vimos
(con la imaginación) nosotros mismos durante nuestros estudios.
El
Vaticano convertido en un nidal de intrigas políticas, en una burocracia
impersonal e insensible, en una sucursal del Quay d’Orsay…o en una Beocia (como
la historia nos enseña puede darse) Benson no podía verlo. Sin embargo, muchos
Santos Padres antiguos creyeron que sería en la Roma de los últimos tiempos
(atención, amigos Adventistas, ¡de los últimos
tiempos solamente!) donde se asentaría el Anticristo. Benson prefiere hacer
volar a Roma…Es preferible. No es seguro.
Puede
que Benson haya visto algo de esto, mas no haya querido “desnudar las
vergüenzas de su madre”, como prohíbe el Levítico. Tampoco yo lo haré.
Anoto
esto al vuelo, solamente para esclarecer la novela. Benson no se sintió con
inspiración o con voluntad para retratar el fariseísmo. Sin embargo, sabemos
que cuando Cristo retorne encontrará la religión más o menos – más y no menos –
como cuando vino. Cuando vino la encontró plagada por el fariseísmo; el cual
desconoció al Mesías y dio muerte deicida al Hijo de Dios.
“Si no
hubiese fariseísmo en la Iglesia, no habría comunismo en el mundo”, nos dijo
antaño en Roma un judío converso, don Benjamín Benavides.
Así,
pues, el autor del Señor del Mundo concibe la Gran Tribulación como una
persecución externa, que hace mártires de los valerosos y apostatas de los
tímidos, reduciendo el número de los cristianos a un puñado de héroes del
espíritu, a través de grandes matanzas y defecciones inmúmeras; pero ha velado
la tribulación de adentro, la corrupción introducida en el seno de la Iglesia,
mucho más temerosa. Ha prescindido de lo que llama el Apocalipsis “la Segunda
Bestia”. La Iglesia, apretada más y más, se conserva más y más pura, como un
grano de oro en el crisol. Benson no ha tenido la idea (o la ha perdonado al
lector) de la corrupción interna específica de la religión; de la confusión
dentro del redil, y no solamente fuera.
Con
ligereza indigna de un católico, algunos católicos que no eran católicos
llegaron a insinuar al aparecer este libro la sospecha de que el novelista “hubiera
perdido la fe”…Lo que sí se puede conceder es que quizás esta novela represente
una tentación contra la fe ya rechazada, lo cual es justamente lo contrario:
una tentación de desaliento vencida.
Mas,
como ya hemos dicho, cuando Cristo venga por segunda vez “en gloria y majestad”,
encontrará la religión en el mismo estado (y un poco peor) que en su primera
venida: Él mismo lo dijo. Y ese fenómeno es mucho más espantable que el de la
violencia externa y corporal; la cual no faltará tampoco. Por lo menos, así
leemos nosotros las profecías; sujetándonos, si erramos, al juicio de la Santa
Madre Iglesia. Cuando veáis la
abominación de la desolación en el lugar donde no debe estar…entonces es.
“La
última corrupción ya ha comenzado, porque la Iglesia ya está tocada: en el
Atrio, no en el Santuario”, nos dijo también don Benjamín Benavídez.
Las
palabras que Cristo habló acerca del misterio de la agonía del mundo que
habitamos y su definitiva transformación, son extremosas, tanto en la amenaza
como en el consuelo; y van en su desmesura sublime más allá de donde el arte
humano puede seguirlas. El Predicador y el Profeta humano (que de esto oficia
Benson en este libro) ante un suceso que es mayor que el Diluvio y comparable a
la creación misma, debe contentarse con balbuceos. Pero esos balbuceos son
también necesarios a la propagación de la Palabra.
Día de San Juan Evangelista de
1956.
Leonardo
Castellani Conte-Pomi Th.D.